lunes, 29 de septiembre de 2014

Ética a partir del calentamiento global

  En algunos lugares de la Tierra se rompió hace días la barrera de las 400 ppm (partes por millón) de CO2, lo que puede conducir a desastres socio-ambientales de gran magnitud. Si no hacemos nada consistente, podremos conocer días tenebrosos. No es que no se pueda hacer nada más. Si no podemos detener la rueda, podemos sin embargo reducir su velocidad. Podemos y debemos adaptarnos a los cambios y organizarnos para mitigar los efectos perjudiciales. Ahora se trata de vivir con radicalidad las cuatro erres: reducir, reutilizar, reciclar y reabastecer.

Necesitamos una orientación ética que nos ayude a alinear nuestras prácticas para superar la crisis actual. En este cuadro dramático, ¿cómo fundar un discurso ético mínimamente coherente que valga para todos?

Hasta ahora, las éticas y las morales se basaban en las culturas regionales. Hoy, en la fase planetaria de la especie humana, debemos restablecer la ética a partir de algo que sea común a todos y que todos podamos entender y realizar.

Mirando hacia atrás, hemos identificado dos fuentes que guiaron, y aún guían, ética y moralmente las sociedades hasta hoy: la religión y la razón.

Las religiones siguen siendo los nichos de valor privilegiados para la mayoría de la humanidad. Nacen de un encuentro con el Supremo Valor, con el Supremo bien. De esta experiencia nacen los valores de veneración, respeto, amor, solidaridad, compasión y perdón. Muchos pensadores reconocen que la religión, más que la economía y la política, es la fuerza central que mueve a las personas y las lleva hasta a entregar su propia vida (Huntington). Otros llegan a proponer a las religiones como la base más realista y eficaz para construir una ética global para la política y la economía mundiales (Küng). Para eso las religiones deben dialogar entre sí y, en el diálogo, acentuar más los puntos en común que los puntos de disparidad. Con esto se puede marcar el comienzo de la paz entre las religiones. Esta paz no se basta a si misma, sino que debe animar la paz entre todos los pueblos.

La razón crítica, desde que estalló casi al mismo tiempo en todas las culturas mundiales en el siglo sexto A.C., el llamado «tiempo-eje» trató de establecer códigos éticos universalmente válidos, basados principalmente en las virtudes, cuya centralidad la ocupaba la justicia. Pero también afirma la libertad, la verdad, el amor y el respeto al otro.

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