lunes, 22 de septiembre de 2014

Actualidad de la ética

El estudio de la ética, o filosofía moral, afirma L. R. Duplá, nunca parte de cero. Por ser todo hombre sujeto de vida moral y por implicar ésta en todos los casos un considerable grado de reflexión, se puede afirmar que en ética no hay principiantes absolutos. Existen fenómenos o sentimientos fundamentales que se pronuncian sobre nuestros actos. Sin mayor especulación sabemos que hemos hecho el bien, o al contrario, hemos hecho “lo que desagrada a Dios”. (Reconozco el salto dialéctico; pero Caín, sin una teoría previa, andaba cabizbajo tras el asesinato de su hermano). Son célebres las páginas que S. Agustín dedica a un hecho, al parecer simple, de su infancia; en el huerto de la casa paterna había un huerto de ricas manzanas, pero él y sus amigos preferían robar las del huerto vecino que caían sobre la barda de su patio. ¿Por qué, se pregunta, preferíamos robar a tomar las manzanas propias, igualmente sabrosas? “Y ello me provocaba pesar y remordimiento”. Las almas, las mentes gigantes no pierden la capacidad de introspección. ¿Por qué he actuado de esa forma? ¿Por qué he dicho o hecho tal o cual cosa, en ese momento? ¿Por qué estoy triste? ¿Por qué estoy alegre?

Remordimiento de conciencia

En efecto, hay autores como R. Simón, que empiezan su tratado de ética precisamente hablando de un sentimiento general que llamamos “remordimiento de conciencia”, «el grito del valor herido»; todos, por el hecho de ser humanos, hemos experimentado el reproche de nuestra conciencia después de determinadas acciones. Con el remordimiento entramos en la zona de la moral, porque es el grito de alarma del valor herido. P. Janet, lo describe así: “el dolor acerbo y, como indica la palabra, la mordedura que tortura el corazón después de una acción culpable. Este sufrimiento puede encontrarse, incluso, en aquellos que no sienten ningún pesar, en el sentido de arrepentimiento, en haber obrado mal y que lo harían otra vez”. Desde esta perspectiva, intente penetrar en el psiquismo de un sicario, de un traficante, de un secuestrador, y verá que resulta imposible comprenderlo. Y es que se ha alterado el ser. Se trata de acciones que no trasparentan un “ser” humano. Yo no puedo explicar qué sucede en la conciencia de personas así. Sé de las consecuencias funestas del pecado (del mal), que no sólo debilita la voluntad, sino que llega a obnubilar la conciencia. Sé, también, de la alteración de lo valores operado por la cultura. Se puede hacer, pues lo hago; no se tiene, entonces, ningún otro punto de referencia.

Pesar, remordimiento, arrepentimiento (el arrepentimiento es un sentimiento que presupone una acción más plena, más humana, que no se  detiene, ya, en el simple y peligroso sentimiento de culpa, sino que, recogiéndose primero, se expresa después en las ansias de reconciliación, de pedir perdón), son sentimientos que en última instancia, y que a falta de mejor nombre, llamaremos “infusos”, o integrados, es decir, de una realidad que parece no provenir de nosotros pero que, al mismo tiempo, constituye lo más íntimo de nuestro propio ser.

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